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Tragicomedia Turística: Museos México

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Tragicomedia Turística: Museos México

Tragicomedia Turística: Museos México

Museos mexicanos: mucho discurso, poco recurso y abundante abandono.

Introducción

México, país donde hasta las tragedias tienen gracia, nos deleita con una función especial: la “Tragicomedia museística nacional 2025”. A lo largo y ancho del país, desde Monterrey hasta Tapachula, se multiplican museos inaugurados entre aplausos y canapés rancios, solo para volverse posteriormente cascarones vacíos adornados con telarañas. Como si fuera una versión surrealista de La Rosa de Guadalupe cultural, estas instituciones padecen promesas infladas, presupuestos encogidos y una indiferencia institucional digna de premio. Bienvenidos al show donde la cultura promete mucho, cumple poco y ríe para no llorar.

Etapa 1: La Promesa (Retórica institucional, inauguraciones, discursos)

Nada como un político cortando listón para encender la esperanza (y algunas carcajadas escépticas). Museos con nombres pomposos aparecen como hongos en temporada de lluvia electoral. Frases como “ícono cultural”, “joya turística” y “orgullo del estado” retumban en discursos tan originales como un meme reciclado. Ejemplos sobran: Villahermosa inauguró el MUSEVI con pretensiones europeas; en Xalapa, el MIX prometió convertir a niños veracruzanos en pequeños Einsteins tropicales. El espectáculo es tan bueno que nadie repara en detalles triviales como “¿quién pagará las facturas cuando se apaguen las cámaras?”.

Etapa 2: El Desencanto (Poca afluencia, falta de mantenimiento, recortes presupuestales)

Tras la fiesta inaugural, llega la resaca presupuestal. Los visitantes desaparecen como fans de influencer después de un escándalo. Los museos, víctimas de tijeretazos austeros, se vuelven decorados de películas de terror barato. En el Estado de México se cancelan talleres infantiles porque, ¿quién necesita niños cultos si pueden jugar Fortnite? En Chiapas, museos como el de Tapachula suplican por visitantes regalando entradas, aunque ni así logran llenar salas vacías. El presupuesto cultural adelgaza tanto que parece dieta de influencer fit: mucho sacrificio, pocos resultados.

Etapa 3: El Abandono (Cierres, deterioro, silencios oficiales)

Esta etapa es tan triste que se vuelve cómica. Museos cierran sin aviso, como bares clandestinos clausurados en pandemia. En Xalapa, el MIX se transformó mágicamente de centro científico en lúgubres oficinas gubernamentales; seguro Newton y Einstein nunca imaginaron que sus teorías serían discutidas entre burócratas. En Chiapas, edificios históricos permanecen cerrados “temporalmente” por años, en una interpretación libre de lo que significa temporal. Nadie explica nada; el silencio oficial es más hermético que el WhatsApp de un político en campaña. Museos convertidos en ruinas modernas, decoradas con letreros irónicos que dicen “cerrado por remodelación”, sin albañil a la vista.

Etapa 4: El Fantasma Cultural (Reutilización absurda, usos alternativos, ironías sociales)

Cuando el museo finalmente muere, reencarna en absurdos dignos de una sátira de Ibargüengoitia. En Tláhuac, un museo arqueológico es ahora la bodega personal del delegado (imaginen la confusión futura: “¿Esto es una reliquia azteca o una silla rota?”). El MUSEVI de Tabasco, antes mirador cultural, ahora es sede oficial para grafiteros y motel improvisado; si las paredes hablaran, pedirían auxilio. Algunos edificios abandonados se vuelven destinos turísticos alternativos para influencers haciendo “exploración urbana”, antes llamado simplemente allanamiento. México, el país donde hasta los fantasmas culturales se vuelven estrellas de TikTok.

Epílogo

La función termina con una mezcla de risa amarga y nostalgia absurda. Museos arrumbados cuentan entre sí viejas glorias: “¿Recuerdas cuando éramos importantes? Ahora solo servimos para guardar cajas del ayuntamiento”. De vez en cuando, políticos prometen rescatarlos justo antes de elecciones (sorpresa: no sucede). Ciudadanos intentan resucitarlos organizando peticiones, aunque el éxito es tan escaso como la señal telefónica en carretera rural. La tragicomedia cultural sigue, esperando otro sexenio que promete exactamente lo mismo que el anterior.

Conclusión

En México, la tragicomedia museística se repite como maratón de serie vieja en televisión abierta: predecible, absurda y ligeramente adictiva. La inauguración es brillante, el abandono inevitable y el final, siempre el mismo absurdo disfrazado de ironía cultural. Para romper el ciclo hace falta más que discursos floridos; se necesita compromiso real y presupuestos consistentes. Mientras tanto, seguiremos riendo incómodamente ante el espectáculo recurrente de promesas incumplidas y museos fantasmas que ya forman parte de nuestra identidad tragicómica nacional. Que empiece la función… otra vez.

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