El otro lado del Tianguis Turístico
Primer acto: La gran inauguración
El salón de convenciones se viste de gala: mariachi, pantallas LED, funcionarios de traje y frases como: “Este será el Tianguis más exitoso de la historia”. Una coreografía bien ensayada que, lejos de su espíritu original de promover el turismo auténtico, parece más una pasarela política nacional que una feria de negocios.
Detrás de los reflectores, los verdaderos protagonistas del turismo —artesanos, promotores de pueblos mágicos, guías locales— asisten relegados a los bordes del escenario. Son parte del show, pero no del guion central. Así arranca el primer acto de esta tragicomedia nacional: un evento donde todos aplauden, aunque no sepan bien qué celebran.

Segundo acto: El juego que todos jugamos
Inspirado en Jodorowsky, el Tianguis es el perfecto ejemplo del juego que todos jugamos: aparentar, simular, improvisar. Todos interpretan su papel con devoción:
- El vendedor iluso, como Don José, que cree que este año sí firmará ese contrato internacional que salvará su hotel en la sierra. Regala folletos y sonrisas como si fueran promesas de futuro. Va de stand en stand con la energía del que todavía cree en el milagro turístico federal.
- La funcionaria perdida, como la Lic. Ramírez, que repite cifras sin saber qué significan, sonríe en cada stand y habla de “sostenibilidad” sin haber pisado una zona ecoturística en su vida. Lleva su gafete como medalla de honor, aunque confunda “turismo experiencial” con spa boutique.
- El bon vivant, como Alejandro, que asiste por los viáticos, los cócteles y las selfies. Comparte en redes su “arduo trabajo”, mientras colecciona souvenirs y pregunta dónde será la fiesta. Su especialidad es el networking alcohólico.
- El acarreado profesional, que no tiene idea de qué es el Tianguis, pero fue subido al autobús a cambio de una gorra y una torta. Su papel es llenar el auditorio, aplaudir con entusiasmo y tomar fotos sin saber a quién ni para qué. Para él, esto es un viaje de estudios involuntario, y ya decidió que lo mejor del evento fue la comida gratis.
- La prensa chayotera, esa tropa de reporteros que cubren el Tianguis como si fuera una kermés escolar: redactan notas de copia y pega con frases prestadas de los boletines de prensa. No preguntan, no cuestionan, no profundizan. Su misión es subir tres selfies, robarse un par de canapés y salir corriendo antes del siguiente panel sobre “turismo regenerativo”.
- El secretario de Turismo estatal sin brújula, que llegó al cargo por cuota política. Desconoce lo que es un FAM trip, confunde un DMO con una franquicia de comida rápida y, aun así, declara con convicción: “Este año vamos con todo a los mercados internacionales”. Le dicen que su estado es “tendencia en Canadá” y se lo cree.
- La influencer de último minuto, contratada por alguna secretaría para “viralizar” la cultura regional. Viste con corona de flores y huipil bordado, pero no puede ubicar el municipio que representa. Su reel de 15 segundos tiene más filtros que el agua potable de su pueblo. Le toma fotos al mole, al mezcal, a los textiles… pero nunca habla con quienes los hacen.

Y el pescador, que no lleva presentación, ni gafetes, ni stand… pero ahí está, deambulando por los pasillos con la esperanza de que algún contacto lo descubra, lo adopte, lo firme. Es el eterno optimista que cree que el negocio soñado es como un dorado que va a picar el anzuelo aunque no haya carnada. No se burla del evento, porque aún cree en él. Y por eso conmueve.
Entre estos personajes, el Tianguis avanza como una obra donde todos simulan éxito, negocios, interés genuino. Pero las conversaciones reales se esconden entre cafés fríos y risas resignadas, donde se admite que “mucho ruido y pocas nueces”.
Tercer acto: El traje nuevo del emperador
A medida que avanzan los días, el evento se vuelve un espejo de la fábula del traje nuevo del emperador. Las cifras récord, las alianzas “históricas” y las campañas publicitarias se celebran con bombo y platillo… aunque detrás de los stands haya más promesas que resultados reales.
Nadie se atreve a decirlo en voz alta: el emperador —el evento mismo— está desnudo. Las sonrisas son forzadas, los contratos ilusorios, y las “reuniones productivas” se traducen en montones de tarjetas que irán directo al cajón del olvido. Pero nadie rompe el hechizo, porque hacerlo sería admitir que hemos aplaudido una obra vacía.
Epílogo: Entre la risa y la esperanza
Cuando todo se desmonta, quedan los restos del espectáculo: bolsas de promoción, discursos reciclados y promesas por cumplir. Pero también quedan pequeños destellos de esperanza: el artesano que conectó con alguien que sí escuchó, la chef que hizo descubrir un sabor nuevo, la voluntaria que aprendió más que en un semestre universitario.
El Tianguis Turístico, con toda su simulación y folclor institucional, sigue siendo un espejo de nuestra idiosincrasia: resiliente, colorida, contradictoria. Una tragicomedia nacional que, con suerte, un día dejará el teatro de lo aparente para volver a ser el mercado de lo auténtico.
Mientras tanto, seguiremos aplaudiendo… aunque sepamos que el emperador está desnudo.
