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Museo del Narco: del Chapo a San Judas en tres actos y un epílogo milagroso

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Museo del Narco: del Chapo a San Judas en tres actos y un epílogo milagroso

Museo del Narco: del Chapo a San Judas en tres actos y un epílogo milagroso

(Columna tragicómica inspirada en hechos tan reales como surrealistas)

En México, tierra fértil para ideas delirantes (véase aeropuertos sin aviones, y refinerías sin petróleo), la ocurrencia de un “Museo del Narco” no suena tan absurda. Menos aún en Badiraguato, Sinaloa, pueblo donde la única celebridad internacional sigue siendo Joaquín “El Chapo” Guzmán. ¿Qué hacer cuando la fama de tu municipio descansa sobre kilos de polvo blanco y fugas de cárceles imposibles? Muy sencillo: montar un museo y llamarle “cultura”.

Acto I: La gran ocurrencia

Corría noviembre de 2022 cuando José Paz López Elenes, alcalde de Badiraguato y hombre optimista por naturaleza (por no decir temerario), anunció orgulloso su propuesta de crear el primer Museo del Narcotráfico en México. Su lógica, irrefutable para algunos y ridícula para la mayoría, era clara: si el narco ya te hizo famoso, explótalo. ¿Qué mejor manera de atraer turistas que ofreciendo selfies junto a figuras de cera a tamaño real del Chapo y Caro Quintero?

Lo que siguió fue un escándalo digno de serie narca en Netflix: el gobernador Rubén Rocha Moya puso el grito en el cielo (y en Twitter), acusando al alcalde de convertir Badiraguato en una Disneylandia de narcos. Mientras tanto, López Elenes descubría lo que es estar atrapado en fuego cruzado sin una AK-47 dorada para defenderse.

Acto II: Narco sí, pero poquito

Horas después del caos, López Elenes dio marcha atrás, pero a la mexicana: dijo que sí habría museo, aunque ya no tan “del narco”, sino más bien una inocente “sala cultural”. Entre susurros y aclaraciones nerviosas, el alcalde confirmó que el museo estaría ubicado en un cerro panorámico del municipio, pero aún no había decidido si en las vitrinas habría balas de plata o artesanías regionales.

Así, con la presión de políticos indignados, medios internacionales burlones y la población local entre desconcertada y entusiasmada (¡por fin llegaría algo más que soldados y periodistas!), el proyecto mutó lentamente. De narcos reales a un ambiguo mensaje de “prevención” contra las drogas, Badiraguato comenzaba a descubrir que, en México, todo es posible si lo pintas con suficientes capas de pintura moralista.

Acto III: De capo a santo

Tras meses de polémicas, críticas ácidas, memes memorables y una dosis considerable de cinismo político, el proyecto tomó forma. En septiembre de 2023, el Parque Mirador de Badiraguato se inauguró con una figura monumental de San Judas Tadeo en el techo del museo. Sí, leyó usted bien: del Chapo a San Judas. Así, lo que nació como homenaje velado al narco terminó transformado en santuario turístico-religioso, gracias a una gigantesca estatua financiada por generosos (y anónimos) benefactores, esos filántropos locales de corazón tan grande como su discreción.

Las autoridades proclamaron triunfantes que Badiraguato se convertía en “Pueblo Señorial”. Las garnachas, souvenirs y veladoras con la imagen del santo inundaron el pueblo, atrayendo visitantes en cifras nunca vistas. Y allí estaba López Elenes, alcalde reinventado y casi beatificado, cortando el listón junto al gobernador Rocha, quien ahora veía con ternura lo que antes le parecía indignante.

Epílogo: El milagro de Badiraguato

Hoy, ya en pleno 2025, el Museo del Narco que nunca fue (pero sí fue, aunque poquito, y en secreto) sigue siendo motivo de debate nacional e internacional. ¿Redimió Badiraguato su pasado sangriento al cambiar las pistolas por imágenes religiosas? Depende a quién se le pregunte. Para los pobladores locales, cualquier cosa que traiga turistas es buena, aunque sea al costo de mercadear su historia. Para los críticos, la monumentalidad del santo no es más que otro disfraz del mismo fenómeno narco-cultural que se pretendía combatir.

Lo cierto es que la tragicomedia continúa: ahora, Badiraguato no solo es conocido por exportar delincuentes, sino también milagros turísticos. A fin de cuentas, quizás López Elenes tenía razón desde el principio: en México, la diferencia entre narco y cultura depende solo del santo al que decidas encomendarte.

Y así vamos, en círculos eternos, riendo y llorando al mismo tiempo, porque en esta tierra trágicamente cómica, las ocurrencias más absurdas suelen volverse realidad… siempre que estén bendecidas por alguien lo suficientemente poderoso o, por lo menos, lo suficientemente santo.

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