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Acapulco, entre la metralla y el mar

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Acapulco, entre la metralla y el mar

Acapulco, entre la metralla y el mar

entre el marketing del recuerdo y un presente para olvidar

Acapulco, ese puerto que fue glamour antes de que Cancún aprendiera a pronunciar la palabra “turista”, hoy carga con una resaca que no se cura ni con coco frío. La temporada baja ya no es un simple paréntesis entre vacaciones; es un abismo donde convergen huracanes categoría 5, extorsiones con tarifa dinámica y una violencia que hace palidecer cualquier telenovela de narcos. Y lo tragicómico del asunto es que, a pesar de todo, seguimos diciendo: “Acapulco tiene con qué”. Sí, claro: con qué llorar, con qué reír y con qué espantar al visitante.

Acto I — La violencia como soundtrack

En los 60, Acapulco tenía mariachi en la Costera; en 2025 el sonido ambiente son las sirenas y las noticias de cuerpos desmembrados en plena calle. La tercera ciudad más violenta del mundo, nos dicen, como si fuera medalla olímpica. Y mientras tanto, Estados Unidos advierte a sus ciudadanos: “Ni se les ocurra poner un pie aquí”. El turista nacional, que también ve las noticias, opta por Vallarta o Cancún: playas parecidas, pero sin tanto riesgo de salir en la nota roja. Lo tragicómico es que en las conferencias oficiales todavía se dice: “Todo bajo control”. Claro, bajo control… de quienes cobran “derecho de piso”.

Acto II — El cobro de piso: la versión tropical del cover

En Acapulco ya no basta con pagar el cover del antro. Ahora hay que pagar el cover diario al crimen organizado para abrir la fonda, subirte al taxi o vender cocos en la playa. Y si no pagas, no es que te pongan mala cara: te queman el negocio o, peor, te borran de la función. En 2024, la Canaco calculó que en menos de una semana se perdieron 400 millones de pesos porque el transporte público se detuvo por miedo. La ironía es que hasta las reconstrucciones tras el huracán fueron vistas como oportunidad: “¿Reabriste tu negocio? Felicidades… ahora págame lo que me debes de los meses cerrados”. Así, cualquiera pierde las ganas de invertir en turismo.

Acto III — El huracán Otis: cuando la escenografía se vino abajo

Y justo cuando parecía que no podíamos caer más bajo, la naturaleza dijo: “Aguántenme la cubita”. El 25 de octubre de 2023, Otis pasó de categoría 1 a 5 en unas horas y barrió con hoteles, casas, restaurantes, postes de luz, hasta con la paciencia del más fiel turista. El aeropuerto cerrado, las playas convertidas en basureros improvisados y el 80 % de los hoteles dañados. Un año después, todavía un tercio de la infraestructura hotelera sigue sin funcionar. Y, claro, los pocos turistas que llegan lo primero que ven son grúas, escombros y semáforos inservibles. ¿Quién quiere vacaciones con soundtrack de martillos neumáticos?

Acto IV — El glamour que no llega en pipas de agua

En la Costera Miguel Alemán todavía hay hoteles que dependen de pipas para dar agua a los huéspedes. Algunos restaurantes rezan para que la basura no se acumule justo frente a sus mesas. Y la Autopista del Sol, esa arteria vital, es más bien un carrusel de bloqueos y protestas. Aquí la tragicomedia alcanza niveles poéticos: turistas atrapados a mitad de carretera mientras en redes sociales alguien presume que “Acapulco está de pie”. Sí, de pie, pero tambaleando.

Acto V — La promoción invisible

Mientras Cancún contrata influencers en bikini y Los Cabos presume su avistamiento de ballenas, Acapulco parece confiar en el marketing del recuerdo: “¿Te acuerdas cuando venían Frank Sinatra y Elizabeth Taylor?”. Pues no, los millennials no se acuerdan. Y sin promoción, el puerto compite con silencio contra destinos que gritan a todo pulmón. Resultado: ocupaciones flojas, familias que ya ni consideran a Acapulco y una narrativa que parece salida de un PowerPoint mal hecho: “Sí estamos listos… pero no se nota”.

Acto VI — La economía ahogada

El turismo era el 24 % del PIB municipal. Hoy, con menos visitantes, la propina se esfumó, la nómina se recortó y el mercado se quedó con pescado frío. Acapulco vive del turismo; quitarle visitantes es apagarle el oxígeno. El estado resiente, el país se encoge de hombros y el destino que fue aula de verano para generaciones pierde competitividad frente a rivales con playa, paz y PR potente.

Acto VII — Los secundarios que también mueven la trama

  • Bloqueos y protestas: cada toma de carretera es una ola de cancelaciones.
  • Competencia interna: playas “de moda”, con seguridad y novedad, se llevan al público premium.
  • Ambiental y estética: reportes de contaminación o palmeras ausentes bajan el encanto “instagramable”.
  • Falta de diversificación: si el guion solo dice “sol y playa”, el espectador no repite función.

Acto VIII — Los “días solidarios”: vacaciones sin sueldo

Como si no bastara con la violencia, el cobro de piso y los huracanes, ahora llega la invención empresarial más creativa desde el “todo incluido”: los días solidarios. En teoría suena fraternal, casi revolucionario: “Compartamos el peso de la crisis”. En la práctica, significa que el mesero, la camarista y el cocinero se quedan en casa… pero sin un peso en el bolsillo. La cifra no es menor: 10 mil trabajadores del sector turístico fueron “invitados” a sumarse al noble acto de ausentarse para que la nómina respire. El sindicato le llama acuerdo, el empresario le llama estrategia y el trabajador le llama como es: descuento disfrazado de solidaridad.

Epílogo — Entre la nostalgia y el “ya merito”

Acapulco fue la postal dorada de México, y todavía hay quienes juran que volverá a serlo. Pero con violencia, extorsiones, huracanes, pipas de agua, cero promoción y ahora descansos sin sueldo, lo que tenemos es un destino que sobrevive más por nostalgia que por estrategia. El gran pendiente no es si los turistas volverán; es si el puerto podrá ofrecerles algo más que un déjà vu de crisis. Mientras tanto, el viajero que se asoma pregunta con sorna: “¿Qué paquete venden? ¿El todo incluido… con apagón, bloqueo, cuota criminal y día solidario?”.

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