Turismo sexual en México
México, el país del sol perpetuo, playas idílicas y sonrisas que saludan con margaritas en la mano, se vende internacionalmente como el paraíso del “todo incluido”. Pero en un arranque de sinceridad tragicómica, bien podría aclarar: todo incluido, hasta lo que no queremos mirar. Porque detrás del glamour de Cancún, las noches bohemias de Puerto Vallarta, el legendario Acapulco, la cosmopolita Ciudad de México y la siempre polémica Tijuana, hay una historia paralela de sonrisas forzadas, transacciones turbias y moralidades distraídas.
Y es que el turismo sexual en México es un secreto a voces, tan visible como una playera fosforescente de “I ❤️ Cancún”, pero tan convenientemente ignorado como el letrero que prohíbe beber alcohol en la vía pública. Según datos oficiales y reportes periodísticos, más de 20 mil personas se ven involucradas en la prostitución solo en destinos turísticos, una cifra tan contundente que parece escrita en neón y colocada a plena vista. Pero ni la Secretaría de Turismo, ni Visit Mexico, parecen percatarse. Eso sí, cada año prometen “destinos seguros” y “experiencias auténticas”, siempre mirando hacia la playa para no notar la esquina oscura a sus espaldas.

En Tijuana, la mítica Avenida Revolución podría narrar historias más dramáticas que cualquier serie de Netflix. Allí la frontera es más que física: es moral y económica. “Welcome to Tijuana, tequila, sexo y marihuana”, cantaba Manu Chao, haciendo bailar a turistas y autoridades por igual. Mientras tanto, el gobierno presume campañas de “turismo familiar” que huelen más a doble moral que a bronceador barato. Y es que “familiar” parece referirse únicamente al turista con esposa e hijos dormidos en el hotel, mientras él pasea buscando “experiencias locales”.
En Cancún, hoteles de lujo ofrecen paquetes que incluyen cenas románticas, snorkel y espectáculos nocturnos. Lo que no dicen (pero muchos saben) es que, a unos pasos del resort, la “zona roja” brilla con un color que no es precisamente de puesta de sol. En reportajes valientes de periodistas locales se evidencia cómo algunos establecimientos hoteleros no solo ignoran, sino que indirectamente se benefician del negocio del turismo sexual. Pero, ¿quién quiere arruinar una reseña perfecta en TripAdvisor mencionando estas verdades incómodas?

En medio de esta tragicomedia aparece un personaje clave: el turista sexual. Llega con la ilusión de encontrar la esencia mexicana comprimida en cinco horas y a bordo de un camión con aire acondicionado. Desciende en destinos costeros con la misma curiosidad con la que se visita un zoológico, observando la realidad local desde una distancia segura, siempre protegido por gafas oscuras que no dejan ver ni su incomodidad ni su complicidad.
Acapulco, la antigua joya del Pacífico, sigue luchando contra su nostalgia por tiempos mejores. Ahora, además de los clavados en La Quebrada, los turistas pueden darse clavados en la moral flexible del puerto. Autoridades y la magia local cierran filas alrededor del mantra “aquí no pasa nada”. Y es cierto: oficialmente no pasa nada. Extraoficialmente pasa de todo, pero nadie lo ve, especialmente durante la celebración del Tianguis Turístico, cuando las alfombras rojas cubren hasta las sombras más incómodas.
Puerto Vallarta es otro caso digno de tragicomedia. Con su mezcla de bohemia y lujo, la ciudad parece el escenario perfecto para una novela de Gabriel García Márquez si él hubiera decidido escribir sobre turistas norteamericanos jubilados en busca de amor efímero. Los anuncios turísticos oficiales pintan una realidad edulcorada, mientras periodistas aguerridos describen cómo “el amor tiene precio, cotizado preferentemente en dólares”.
Y no olvidemos la contribución especial de algunos guías turísticos, auténticos expertos en mirar hacia otro lado mientras recomiendan en voz baja los “mejores lugares” para vivir aventuras nocturnas. Con la profesionalidad de un maestro de ceremonias, estos personajes mantienen un equilibrio admirable entre la sonrisa amable para las familias y la mirada cómplice hacia quienes buscan “algo más”.
Finalmente, la Ciudad de México, capital de museos y cultura, tampoco se salva de la ironía. Mientras el gobierno capitalino lanza campañas de “CDMX, ciudad segura”, en calles cercanas a la Alameda Central o en el barrio de La Merced, la prostitución florece sin complejos, y los turistas extranjeros pueden “comprar autenticidad mexicana” al por mayor. La doble moral alcanza su clímax cuando, en la misma avenida Paseo de la Reforma, hoteles reparten folletos de “turismo ético y responsable”. Serían más creíbles si, a escasos metros, no brotaran con singular alegría clubes nocturnos…
Así, la tragicomedia turística de México sigue ofreciendo risas incómodas y lágrimas ocultas bajo gafas de sol. Cada año se renuevan promesas oficiales de cambio, mientras periodistas valientes enfrentan críticas por señalar la verdad evidente. En el paraíso del todo incluido, la hipocresía también está incluida, aunque nadie lo mencione en los folletos.
“Al final del día, México es como ese amigo fiestero que jura que esta es ‘la última copa’ mientras pide otra ronda: encantador, divertido y profundamente incapaz de afrontar sus propias contradicciones. Seguiremos vendiendo playas perfectas, noches mágicas y moralidades relajadas, porque en el fondo sabemos que lo más mexicano no es el mariachi ni el tequila, sino nuestra incomparable habilidad para tropezar mil veces con la misma piedra… y luego culpar a la piedra.”
