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Tulum se muere

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Tulum se muere

Tulum se muere

El jaguar que se tragó a Tulum

(Basada en hechos tan reales que parecen parodia)

Acto I. El Edén con WiFi y precios de Dubái

Hubo un tiempo en que Tulum era el paraíso terrenal: playas vírgenes, yoga con fondo de tambores mayas y turistas que creían haber encontrado el nirvana entre el mezcal y la meditación.

Pero el sueño se fue pudriendo con cada ticket: refrescos a 200 pesos, taxis de 8 kilómetros a 2,800, y tacos que costaban lo mismo que un vuelo redondo a Mérida. Los hoteleros, ebrios de éxito y dólares, olvidaron que el turista tiene memoria… y calculadora.

Acto II. El despertar del fantasma de la ocupación

Octubre llegó con una resaca económica: la ocupación hotelera cayó al 54 %, los influencers se mudaron a Holbox y los locales empezaron a rezarle al algoritmo de Booking.

En las playas antes exclusivas, el eco reemplazó a los DJs. Las hamacas vacías eran tumbas del turismo premium. Hasta que alguien gritó en una junta: “¡abramos las playas gratis!”.

Y así fue: Tulum, el mismo que cobraba por respirar, ahora decía:

“Bienvenidos, pero sin comida, sin sombrilla y sin dignidad económica.”

Acto III. Entra el villano: Grupo Mundo Maya

Detrás del telón, apareció un nuevo protagonista: Grupo Mundo Maya, una criatura paraestatal nacida del Gobierno de México, bajo el ala amorosa de la Sedena.

Antes se llamaba GAFSACOMM, pero ese nombre sonaba a antivirus soviético, así que le cambiaron el branding para sonar más turístico.

Su misión: administrar todo, desde aeropuertos hasta hoteles, pasando por el Parque del Jaguar en Tulum, donde se decide quién entra, cómo y a qué hora.

El alcalde los acusó de incumplir acuerdos, los vecinos protestaron, y Grupo Mundo Maya respondió con serenidad burocrática:

“Tranquilos, los residentes pueden entrar gratis… si traen credencial, comprobante de domicilio, fe de bautizo y foto tamaño credencial.”

Acto IV. La penitencia tropical

Mientras tanto, los comerciantes se grababan en TikTok pidiendo perdón:

—“Perdón por cobrarte 300 pesos por un agua de coco.”

—“Perdón por decirte que nuestra pizza era orgánica cuando era Bimbo con kale.”

Y las vistas al video superaron las reservas del mes.

Hasta la presidenta Sheinbaum entró en escena y, como madre regañona, convocó a gobernadora, alcalde, hoteleros y taxistas:

“Se acabó el abuso, o Tulum desaparece del mapa.”

Los presentes aplaudieron, tomaron nota… y preguntaron si habría coffee break con matcha orgánico.

Acto V. Las playas libres pero vigiladas

Los hoteleros, desesperados, abrieron las puertas del paraíso… con candado invisible.

—“Entren gratis,” dijeron.

Pero si traes un sándwich, te miran como si hubieras ofendido a Kukulkán.

Si llevas sombrilla, te la confiscan como si fuera un misil ruso.

Y si sacas una hielera, te exilian al estacionamiento.

El libre acceso llegó, sí… pero bajo el nuevo dogma del turismo moral: consumirás o perecerás.

Epílogo: El jaguar, el karma y el coco a 200 pesos

Así, Tulum vive su tragicomedia: el destino que quiso ser Ibiza, pero terminó como el Reality Show del neoliberalismo turístico mexicano.

Grupo Mundo Maya vigila desde la selva, los hoteleros simulan humildad, los turistas mexicanos vuelven… pero con torta escondida en la mochila.

Y entre el rugido del jaguar y el eco de las disculpas, queda la lección:

cuando privatizas el paraíso, el karma te cobra en temporada baja.

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