Tragicomedia turística cubana: sol, playa y apagones
Cuba 2025: la isla de todas las ironías.
Decir que el turismo en Cuba está en crisis es tan evidente como admitir que en Varadero hay arena. Atrás quedaron esos días dorados en que Obama casi convierte la isla en la Miami del socialismo tropical. Ahora, con apenas 2,2 millones de visitantes anuales, Cuba es un paraíso tan vacío que la única fila que encontrarás será la de locales esperando pan.
El turista actual llega seducido por viejos folletos de agencias despistadas, donde abundan mojitos perfectos y mulatas sonrientes. La realidad lo recibe con apagones diarios de hasta 20 horas, una oferta turística más oscura que el humor cubano. No sorprende que los resorts todo incluido tengan ahora un peculiar “paquete apagón”: cena romántica a la luz de las velas obligatoria, no por lujo, sino por necesidad. Es la auténtica experiencia revolucionaria: igualdad absoluta, ya que nadie tiene electricidad.

Lo que sí sorprende (o quizá ya no tanto) es la insistencia del gobierno cubano en seguir construyendo hoteles de lujo. Mientras las fachadas brillan vacías, la gente de a pie debe hacer cola hasta para conseguir un plátano. La Torre K-23 en La Habana, imponente y desolada, es conocida localmente como el “Faro de la Miseria”, iluminada por la noche mientras el barrio alrededor vive en tinieblas. No es un faro que guía, sino que advierte: “Aquí el lujo es solo para mirar”.
¿Y las cadenas hoteleras extranjeras como Meliá e Iberostar? Sufren el síndrome del inversionista atrapado: aunque pierden dinero año tras año, ya no saben cómo salir de ahí sin romper corazones revolucionarios. Sus balances son tragicómicos, con ocupaciones del 40% que ni regalando noches pueden llenar.
A la crisis interna súmale la obsesión estadounidense por convertir al viajero que toca suelo cubano en criminal internacional. Cuba sigue en la lista negra de países patrocinadores del terrorismo, cortesía del Tío Sam. Ahora un turista europeo que se toma un daiquiri en Varadero puede encontrarse vetado de Estados Unidos en su próximo viaje. Es como una ruleta rusa vacacional: la emoción de saber si tu pasaporte tendrá sello rojo al regresar.
Mientras tanto, el cubano promedio inventa su propia oferta turística informal: jineteras ofreciendo amor exprés dolarizado, paladares con menús improvisados según lo que “resuelvan” del mercado negro, taxistas clandestinos prometiendo llevarte a “la Cuba real” –es decir, la de la cola para el pollo y la recarga telefónica en dólares–. Es un turismo sin publicidad oficial, pero que sorprendentemente funciona mejor que el formal.

La propaganda oficial sigue fiel a su guión tragicómico: “El turismo remonta”, dice el ministro mientras inaugura otro hotel vacío. Culpan al embargo, al virus, a los huracanes y hasta al cambio climático si es necesario, olvidando convenientemente la gestión interna desastrosa. El turista despistado llega buscando sol y termina preguntándose si aterrizó en el set de una película distópica caribeña.

Pero en medio de tanta ironía, carencia y oscuridad, lo que brilla sin dudas es la alegría contagiosa, el valor incansable y la resiliencia legendaria de su gente. Quizás no haya electricidad ni pescado fresco, pero sobra música, humor y sonrisas auténticas. Y es que, en realidad, visitar Cuba en 2025 quizá valga la pena tan solo por rodearte de cubanos, quienes con su espíritu invencible logran convertir hasta el apagón más largo en una fiesta improvisada, recordándonos que hay destinos donde lo esencial, al final, es invisible al bolsillo.

