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El gremio que se mira al espejo (y se aplaude solo)

Tragicomedia

El gremio que se mira al espejo (y se aplaude solo)

El gremio que se mira al espejo (y se aplaude solo)

Cuando el turismo se convierte en club social y el progreso en asamblea

I. Centralismo con acento en Reforma

Dicen que representan a todo México, pero si uno mira con lupa, todo gira alrededor del Ángel de la Independencia.
Son organismos que aseguran hablar en nombre del país entero, aunque en la práctica su eco no llega más allá del Valle de México.

En Oaxaca o Chihuahua, los agentes apenas saben cómo participar; en Mérida o Zacatecas, muchos ni siquiera se enteran de las convocatorias. Y cuando logran hacerlo, se enfrentan a un centralismo que huele a moqueta vieja y vino espumoso: decisiones tomadas en la capital, con la lógica de un club metropolitano que habla de federalismo entre bocados de canapés.

II. Club social con credenciales gremiales

No hay reforma que valga cuando lo que se defiende es la costumbre.
Las asambleas de estos organismos se parecen más a una cena de exalumnos que a un órgano de política turística. Las elecciones internas son ceremonias donde los cargos se reparten por antigüedad o amistad, no por visión o capacidad técnica.

Los estatutos —esas biblias polvorientas que todos citan y nadie lee— se reforman para alargar periodos, no para abrir puertas.
El resultado: instituciones que se empantanan en sí mismas, atrapadas en un bucle de comités, homenajes y fotos institucionales.
Y mientras tanto, allá afuera, el turismo cambia de piel: inteligencia artificial, NDC, blockchain, consumo responsable. El mundo gira a 300 km/h y ellos siguen discutiendo si el logo debe llevar dorado o azul.

III. La república invisible

El interior del país, con sus agencias pequeñas, sus mercados emergentes y sus rutas locales, no existe en el mapa de decisiones.
Los “representantes estatales” se nombran de palabra, los roadshows son actos protocolares y los cursos terminan en PowerPoint, sin seguimiento ni resultados.

El discurso nacional se reduce a los mismos apellidos de siempre, a los mismos paneles en los mismos salones.
México tiene turismo federal, pero asociaciones capitalinas: un espejo donde la CDMX se mira a sí misma y se declara líder del país.

IV. Estatutos, selfies y simulación

En los últimos años, el gremio ha mostrado una notable habilidad para organizar convenciones, cocteles, homenajes y alianzas “estratégicas” que llenan salones y redes sociales.
Pero no hay un solo reporte público con indicadores de resultados:
¿cuántas agencias crecieron gracias al gremio?
¿cuántas fueron capacitadas en IA o marketing digital?
¿cuántos fraudes se previnieron o resolvieron?

La respuesta es un silencio elegante, adornado con listones y discursos.
Estas organizaciones se volvieron máquinas de relaciones públicas, no de cambio estructural.

V. El espejo que no miente

El problema no es que existan —es que dejaron de representar al gremio para representarse a sí mismas.
El agente del interior no necesita otro diploma ni otra foto en un cóctel: necesita acceso a tecnología, defensa ante fraudes, visibilidad real y capacitación que le deje dinero, no likes.

Si quieren seguir siendo relevantes, tendrán que dejar de comportarse como clubes de élite turística y empezar a parecerse al país que dicen representar: diverso, regional, competitivo, moderno.

Porque mientras ellos brindan por la “unidad del sector”, el turismo mexicano se moderniza sin pedirles permiso.

VI. El circuito de los mismos

Hay una élite turística que viaja más por invitación que por convicción.
Son los viajes de familiarización, las convenciones viajeras, los mismos destinos, los mismos discursos, las mismas caras en la foto del avión.
Son los “embajadores” perpetuos del gremio, turistas profesionales del turismo, que confunden la promoción con el paseo.
A veces cambian de gafete, pero no de asiento: hoy representan a una organización, mañana a otra, pasado mañana a todas.
El gremio parece un carrusel de siglas donde los cargos se reciclan entre los mismos nombres, como si el turismo mexicano dependiera de un puñado de apellidos con pasaporte diplomático.

Mientras tanto, las nuevas generaciones —los agentes jóvenes, los independientes, los que venden por TikTok o WhatsApp— siguen esperando una silla que nunca llega a la mesa.

VII. El silencio como estrategia

El gran problema es la voz.
O mejor dicho, la ausencia de ella.
Cuando el gobierno cambia reglas, reduce presupuestos o desaparece organismos, el gremio calla.
Cuando una aerolínea impone nuevas condiciones, sube comisiones o concentra canales, el gremio aplaude con prudencia.
¿La razón? Porque viven del mismo poder al que deberían cuestionar.
O le temen, o dependen de él, o simplemente lo reproducen.

Muchos de los que los patrocinan son las mismas empresas de las que después se quejan;
y muchas de las relaciones que deberían ser institucionales son, en realidad, convenientes.

Así, lo que debería ser una voz colectiva de defensa, termina siendo un eco diplomático de agradecimiento.
El turismo necesita liderazgo, pero el liderazgo no se decreta desde el miedo ni se alquila al mejor postor.

Epílogo: “El brindis de siempre”

En la próxima convención volverán los discursos, las fotos, los abrazos y las promesas de renovación.
El salón tendrá alfombra roja, el catering será impecable, y el micrófono, como siempre, dirá:
“Gracias a todos por su compromiso con México”.
Y nadie preguntará, una vez más, dónde quedó México en todo esto.

Y mientras tanto, México sigue esperando esa asociación que lo defienda, que lo capacite, que lo ayude a crecer…
esa que le prometieron tantas veces, que nació con ilusión, pero se perdió en el camino.
Esa que, por ahora, sigue siendo solo eso: una promesa que nunca aborda el vuelo.

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