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Playas mexicanas en venta (pregunte por nuestros fideicomisos)

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Playas mexicanas en venta (pregunte por nuestros fideicomisos)

O cómo privatizar lo público, ignorar la Constitución y convertir lo imposible en tendencia viral.

Introducción

Dicen, con envidiable optimismo legislativo, que las playas mexicanas son propiedad nacional, inalienables e imprescriptibles. Es decir: nadie puede comprarlas, nadie puede llevárselas, nadie puede cerrarlas. Pero como bien lo apuntó el filósofo involuntario José Alfredo Jiménez: “Una cosa es querer con el alma, y otra cosa es lo que dice la ley.”

Porque en este México nuestro, donde la ficción jurídica es más surrealista que los cuadros de Remedios Varo, las playas han aprendido a decir “no” al pueblo y “welcome home” al extranjero. Todo depende, claro, del volumen del fideicomiso.

Acto I: La playa es nuestra… dicen

Las playas mexicanas, según el Artículo 27 constitucional, son nuestras. “Son de todos”, afirma con voz temblorosa la Constitución. Lo repite cada temporada vacacional la PROFECO en spots pagados que nadie ve. Y lo corean sonrientes los diputados cada vez que quieren lucirse en Twitter. Pero la triste realidad, siempre tragicómica, es que los políticos legislan en verso, y los hoteleros extranjeros construyen en prosa.

En teoría, ningún individuo puede ser dueño absoluto de la playa. Pero nadie contaba con la astucia del fideicomiso, ese artefacto jurídico-bancario que permite al extranjero disfrutar por 50 años –renovables, faltaba más– de las mismas costas que alguna vez fueron escenario de películas con Mauricio Garcés, cuando Acapulco era el paraíso nacional y no un resort privatizado.

Acto II: Bienvenido, Mr. Fideicomiso

¿Cómo resolver la contradicción entre la prohibición constitucional y el legítimo deseo de un expatriado californiano de vivir con los pies enterrados en la arena? Muy sencillo: mediante un truco llamado fideicomiso. A cambio de una cuota, un banco mexicano le dice al extranjero algo parecido a esto: “Formalmente, la tierra es mía, pero el disfrute –que incluye amaneceres frente al Pacífico, cocteles con sombrillita y una muy sutil sensación de superioridad– es todo suyo.”

Y así, la nación hace como que no vende, y el extranjero hace como que no compra. La hipocresía perfecta, con aroma a bloqueador solar factor 50 y ese inconfundible tono de turista asoleado diciendo “this is paradise, dude!”

Acto III: A las playas mexicanas no se entra por México

Pero entonces surgen las consecuencias prácticas del fideicomiso, y las playas mexicanas comienzan a parecer embajadas: territorio nacional administrado por extranjeros. Punta Mita, en Riviera Nayarit, es una crónica perfecta de esta tragicomedia: ahí, la playa no tiene accesos visibles para locales. Está rodeada de casetas de vigilancia donde guardias privados explican pacientemente al pescador de toda la vida que “la playa es propiedad privada, salvo prueba en contrario o autorización de la gerencia”. El pescador, perplejo, responde con lógica inapelable: “Mi abuelo ya pescaba aquí antes de que existiera tu gerencia.”

En San Pancho, el absurdo adquirió categoría viral: una turista extranjera, convencida de que su contrato de compra incluía también el mar abierto, echó violentamente a una familia mexicana. La escena, digna de Buñuel, recorrió las redes sociales generando indignación nacional y una inédita reacción oficial: la mujer recibió una multa y un regaño público de parte del alcalde, convertido, por cinco minutos, en paladín playero. La comunidad celebró con música de banda y cerveza en la misma arena que pretendieron negarle. Si eso no es justicia poética, es al menos justicia playera.

Acto IV: El manglar golfístico

En este peculiar drama costero, no solo los extranjeros privatizan el paisaje. Los desarrolladores nacionales –que en ocasiones resultan más extranjeros que los propios extranjeros– tienen el hábito recurrente de convertir manglares en campos de golf y dunas en jacuzzis VIP.

Un ejidatario viejo y sabio de la Riviera Maya, acostumbrado a que su manglar fuera el hogar de garzas y camarones, ahora observa con desconcierto cómo se reproducen frenéticamente las pelotas de golf. Cuando reclama que allí había vida, el gerente –educado en universidades de letras anglosajonas y marketing hispano– responde solemnemente: “Tranquilo, esto es un eco-resort. En el folleto hay árboles dibujados y hasta pájaros artificiales que cantan en inglés.”

Acto V: La justicia en traje de baño

Con todo, la tragicomedia playera también incluye destellos de justicia, aunque sea irónica. La reforma legal de 2020 establece multas millonarias para quien privatice playas. Magnífica idea, de no ser porque para aplicarla se necesita la voluntad de autoridades que, en muchos casos, tienen terrenos o amistades con terrenos en esas mismas playas.

Como escribió alguna vez Camus: “Lo absurdo surge del enfrentamiento entre la búsqueda humana de sentido y el mundo irracional”. En términos más playeros: lo absurdo es querer cumplir la Constitución en playas rodeadas de cercas, cadenas y letreros bilingües de “Private property”.

Mientras tanto, el mar, que no entiende de leyes humanas pero sí de ironías cósmicas, de vez en cuando hace lo suyo: se lleva las cercas con algún ciclón, ahoga en pleitos legales a los hoteleros y devuelve, aunque sea por momentos, la playa al pueblo.

Acto VI: La revolución viral del pueblo (nuevo acto)

Pero recientemente, la tragicomedia adquirió un matiz revolucionario, cortesía de las redes sociales. ¿Qué puede ser más devastador para un invasor playero que un video viral? Lo vimos claramente en San Pancho: una grabación de un minuto, dos patadas de arrogancia extranjera, y millones de reproducciones bastaron para que la autoridad, siempre ocupada en no hacer nada, hiciera algo de inmediato.

Ahora las batallas costeras se libran con hashtags y memes, con campañas virtuales que podrían resumirse en un nuevo lema nacional: “No somos guerreros, somos tuiteros.” Por primera vez en la historia, el invasor extranjero descubre que la playa mexicana tiene más defensores en Instagram y TikTok que guardias privados y abogados en la nómina. Esto podría parecer superficial, pero en México, la superficialidad digital es el nuevo compromiso social. Algo así como el activismo en chanclas y bloqueador biodegradable.

Epílogo: En México, la última palabra la tiene el meme (nuevo epílogo mejorado)

Finalmente, todo indica que en este país la justicia llegará por Wi-Fi antes que por tribunales. Después de todo, nada asusta más a un hotelero o a un político que un trending topic en su contra. Por eso, la solución a esta tragicomedia playera quizá esté en educar menos abogados y más influencers comprometidos con el patrimonio nacional.

Imaginemos un futuro brillante y absurdo donde los turistas extranjeros, al llegar a México, sean advertidos por sus agentes de viajes: “Cuidado con cerrar las playas mexicanas, señor, porque en este país las multas son caras y los memes son eternos.”

Y así, entre risas y hashtags, quizá recuperemos las playas de México, y logremos que lo único privado en ellas sea el baño del hotel. Total, como dicen por ahí, si la risa es remedio infalible, es también una gran manera de rescatar un país.

Y es que, en este México surrealista, nada es más serio que un meme viral exigiendo justicia, porque el mar ese viejo y sabio mar mexicano lo sabe perfectamente bien:
Si me quieren privatizar otra vez, háganlo con cuidado… porque aquí la última palabra siempre la tiene el meme.

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