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Los hoteles del Tren Maya

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Crónica tragicómica del hospedaje estatal donde el check-in lo hace la SEDENA y el jaguar ya no duerme ahí

I. De la patria al minibar

En México todo puede mezclarse: religión con política, ceviche con catsup, y ahora, turismo con ejército.
Los hoteles del Tren Maya, construidos y operados por la Secretaría de la Defensa Nacional —a través de su brazo empresarial Olmeca-Maya-Mexica— son la nueva versión del “todo incluido” nacional: un híbrido entre desarrollo regional y cuartel con alberca.

En el mapa ya figuran seis: Edzná, Palenque, Tulum, Chichén Itzá, Nuevo Uxmal y Calakmul.
Este último, en plena Reserva de la Biósfera de Calakmul, presume 144 habitaciones, spa, gimnasio y Wi-Fi intermitente, como toda instalación de alto secreto.
Desde septiembre de 2025 acepta reservas en línea —de 1,500 a 2,100 pesos la noche—, bajo la marca Hoteles Grupo Mundo Maya, aunque el dueño real viste verde olivo y tiene rango.
Solo hay un detalle: el tren no te deja a la puerta. La estación Conhuas está a 50 km, y luego toca internarse diez más en la selva.
La aventura empieza mucho antes del check-in.

II. Cuando el Estado también vende camas

El proyecto se anuncia como motor de desarrollo del sureste: subirte al tren, dormir en un hotel “sustentable” del gobierno y visitar ruinas sin preocuparte por nada, salvo la señal de celular.
Ideal para quien confunde progreso con cobertura 5G.

Sin embargo, el tren aún no llena sus vagones y los hoteles parecen más respaldo logístico que necesidad turística.
Los paquetes “Tren + Hotel + Arqueología” buscan reanimar la demanda que la retórica ya no sostiene.

Detrás del discurso patriótico hay un detalle simpático: el Estado compite con el sector privado, pero con ventaja de árbitro y dueño del estadio.
Los permisos, carreteras y estaciones los diseña quien también administra las habitaciones.
Y eso, en cualquier manual económico, se llama juego arreglado, aunque aquí prefieren decirle “plan maestro”.

III. El jaguar que perdió la suite

En Calakmul, la tragicomedia alcanza tono ecológico.
El hotel se levantó en una zona declarada Patrimonio de la Humanidad, bajo un decreto de “seguridad nacional” que permitió construir sin las consultas indígenas ni ambientales requeridas.
La naturaleza no fue invitada a la inauguración.

Monitoreos recientes alertan una disminución del 88 % en la presencia del jaguar, guardián de la selva.
El felino, cansado del ruido, cambió su hábitat por una habitación triple en el anonimato.
Pero no te preocupes: el bar tiene vista panorámica y el agua del jacuzzi es “naturalmente templada”.
En esta selva todo ruge, menos el jaguar.

IV. Del cuartel al concierge

El Ejército mexicano, experto en disciplina y logística, asumió su nueva misión: convertirse en empresario del turismo.
Donde antes se impartían órdenes de marcha, ahora se reparten llaves magnéticas; donde sonaba un silbato, suena un timbre de recepción.
Los manuales de campaña fueron sustituidos por guías de hospitalidad, aunque la jerarquía sigue igual: el general manda, el huésped obedece… o al menos firma el voucher.

El servicio es impecable, el silencio ejemplar, la eficiencia intachable.
Ni una toalla fuera de alineación, ni un croissant fuera de horario.
Y aunque el desayuno no es de rancho, la disciplina sí: puntualidad, limpieza y cero improvisación.
Un turismo donde todo funciona, pero nada vibra: el paraíso del orden con la emoción bajo arresto administrativo.

Y surge la duda: ¿qué pasa cuando un ejército descubre que ser amable también deja ganancias?
Porque una vez que se prueban las mieles del confort, las propinas y los convenios, el regreso al rancho debe parecer más castigo que patriotismo.

V. Lo que el viajero debería saber

Quien reserve en uno de estos hoteles encontrará comodidad, pero no anonimato.
El entorno es majestuoso, aunque la conexión mínima; el silencio de la selva es real, pero también el del debate público.
Las reseñas coinciden: buena atención, servicios básicos y personal “aún en aprendizaje”.
Un huésped escribió: “todo limpio, nadie sonríe, pero me sentí seguro”.

La experiencia es curiosa, pero deja una pregunta abierta:
¿puede un resort estatal ser, al mismo tiempo, promotor del ecoturismo y símbolo de la militarización?
Spoiler: sí, pero el jaguar sigue sin aparecer en la foto.

VI. Epílogo: la patria duerme siesta

Los hoteles del Tren Maya nacieron para mostrar progreso, pero terminaron como espejo del país: ambición desbordada, transparencia difusa y una fe inquebrantable en el poder del render.
Y mientras el viajero carga su maleta ecológica y el jaguar se aleja del ruido, México aprende que no todo desarrollo es turismo…
ni todo patriotismo se hospeda con desayuno buffet.

Porque cuando el recepcionista pertenece a la Secretaría de la Defensa Nacional, uno ya no sabe si dejar propina o rendir honores.

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