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Las Vegas en la pantalla grande
Godínez, Mirreyes y la gran ruleta del marketing: Las Vegas en la pantalla grande
Hay películas que nacen para arrasar en festivales, otras que buscan premios dorados y reseñas en The New Yorker. Y luego están aquellas que, sin pretensión artística, se convierten en vehículos de algo mucho más pragmático: vender un destino. Mirreyes contra Godínez: Las Vegas, recién estrenada en México, pertenece con orgullo al segundo grupo.
La saga que enfrenta a los “mirreyes” —esos herederos de la frivolidad con camisa de lino y sonrisa de Instagram— contra los “godínez” —obreros del Excel y mártires del café de oficina— encontró en Las Vegas un escenario perfecto. No importa si la trama es un desorden de enredos, fiestas interminables y apuestas imposibles; lo que realmente importa es el telón de fondo: la Ciudad del Pecado, convertida en coprotagonista.
El cine como agencia de viajes encubierta
El guion podrá ser ligero y predecible, pero el producto final cumple otra misión: vender Las Vegas como experiencia aspiracional al público mexicano. Las tomas del Caesars Palace, las fiestas en piscinas iluminadas a medianoche, los casinos donde la cámara se detiene más en las máquinas tragamonedas que en los protagonistas: todo es una postal cuidadosamente empaquetada.
No es casualidad. Caesars Entertainment figura entre las productoras, confirmando que no hablamos solo de cine, sino de una estrategia de marketing tan clara como un letrero de neón en Fremont Street. Se trata de un “product placement” a escala urbana, donde la ciudad entera se convierte en marca.
La estrategia detrás del humor
Mientras los personajes tropiezan entre resacas y contratos imposibles, Las Vegas se luce. Para el espectador, la risa viene acompañada de un mensaje subliminal: “aquí también puedes perder la cabeza, bailar hasta las cuatro de la mañana y sentirte protagonista de tu propia película”.
El resultado es un doble efecto. Por un lado, se entretiene a un público que ya conoce los clichés de los mirreyes y godínez. Por el otro, se planta en la mente del viajero potencial la idea de que Las Vegas no es solo para estadounidenses o despedidas de soltero: también es un destino cercano, accesible y, gracias al cine, más familiar.
Cine basura, marketing brillante
Seamos claros: nadie saldrá de la sala hablando de esta película como una obra maestra del séptimo arte. Pero tampoco era la intención. Su función real es otra: servir como escaparate turístico. Y en ese papel, cumple con creces. El espectador compra palomitas, se ríe un rato y, sin darse cuenta, sale con un folleto mental de Las Vegas que ningún anuncio en televisión abierta lograría con tanta eficacia.
Esto abre una reflexión interesante para la industria turística: ¿cuánto vale una hora y media de promoción disfrazada de comedia ligera? ¿Cuánto más rentable resulta que un público vea a sus ídolos televisivos caminar por el Caesars Palace, en lugar de un spot tradicional de 30 segundos?
Epílogo
Mirreyes contra Godínez: Las Vegas es, quizás, una comedia prescindible en términos artísticos, pero una jugada maestra en términos de marketing turístico. Una película que entiende que el turismo ya no se vende solo con folletos o ferias, sino con narrativas culturales, incluso si esas narrativas se escriben entre resacas y apuestas perdidas.
En definitiva: la cinta podrá ser “una verdadera mierda” —como muchos críticos no dudarán en señalar—, pero como estrategia de promoción es puro oro. Las Vegas brilla en cada toma, y lo que para unos es cine desechable, para la industria turística es un as bajo la manga.