Artesanías mexicanas en cuatro actos
Bienvenidos a México, país surrealista donde las tradiciones valen oro, pero se pagan con centavos; donde el turista promedio cree que el regateo es deporte olímpico y las autoridades consideran “gran logro” inaugurar ferias artesanales con mariachis y discursos reciclados. En esta tierra mágica, el arte milenario se vende al precio de souvenir barato y la identidad cultural se etiqueta discretamente con un “Made in China”. A continuación, una tragicomedia turística nacional en cuatro actos, donde la risa esconde lágrimas y las rebajas se hacen directamente a la dignidad artesanal.
Acto I: Regatear es cultura nacional
Cualquier mercado artesanal mexicano, donde las obras de arte hechas a mano exhiben orgullosas sus colores vibrantes, su historia y tradición. El turista promedio llega dispuesto a demostrar que en México todo tiene descuento, incluida la dignidad cultural. Frente a la artesanía auténtica, el regateo se vuelve ritual: precios originales que son atacados hasta lograr rebajas que harían llorar al más hábil comerciante. Al final, las piezas terminan vendiéndose al valor de dos cervezas frías en cualquier playa mexicana. La tragedia cómica es completa cuando el turista presume su adquisición como “auténtica ganga”.

Acto II: Europa descubre México (otra vez)
Glamorosas pasarelas europeas exhiben modelos luciendo prendas inspiradas –o más bien plagiadas– en los diseños indígenas mexicanos. Tras bambalinas, diseñadores famosos explican con profunda seriedad que sus creaciones representan un “humilde homenaje” a la rica cultura mexicana. Mientras tanto, en los talleres artesanales auténticos, estos homenajes no han generado ni un centavo. El público europeo aplaude emocionado, convencido de haber descubierto la cultura mexicana mucho antes que los propios mexicanos. Al otro lado del océano, los artesanos mexicanos sonríen con amarga ironía, sabiendo que la única regalía asegurada es una foto bonita en algún folleto turístico.
Acto III: Burocracia heroica
Aparecen funcionarios con guayaberas impecables, mariachis contratados por hora y discursos reciclados cada sexenio, anunciando orgullosamente la “Ley Nacional para la Protección Artesanal”. Las promesas son grandiosas: comercio justo, defensa contra plagios internacionales y registros de propiedad intelectual. Pero pasan los meses, los formularios se acumulan y los apoyos prometidos se vuelven leyenda urbana. Mientras tanto, los mercados continúan inundándose de souvenirs baratos importados que, irónicamente, siguen vendiéndose como “artesanías mexicanas”.
Acto IV: México lindo y falsificado
En cualquier mercado turístico mexicano, las artesanías auténticas observan con resignación cómo sus versiones importadas —más coloridas, más baratas y más falsas— conquistan fácilmente el bolsillo del turista promedio. “Llévese tres sombreros de mariachi hechos en Bangladesh y reciba gratis una pirámide maya fabricada en Taiwán”, anuncia un letrero fluorescente con orgullo globalizado.
En otra esquina, los auténticos bordados indígenas acumulan polvo, convertidos en piezas decorativas que solo llaman la atención de arqueólogos involuntarios o insectos despistados. Cerámicas de barro negro, madera tallada y textiles tejidos a mano esperan pacientemente una compra que jamás llega, porque la etiqueta del precio real resulta insultante frente a la magia del descuento permanente.
La paradoja duele: México, el país de tradiciones vivas y cultura vibrante, ha entregado sus símbolos nacionales al mercado global de lo barato. Ahora, el mayor enemigo de la artesanía mexicana no es el olvido, sino la popularidad imparable del “Made in muy lejos de aquí”.
Al final, la artesanía auténtica se convierte tristemente en la mercancía menos mexicana del lugar.

Epílogo: México, más allá de las ofertas
Al final del día, cuando los mercados apagan sus luces y las artesanías vuelven a guardarse, queda flotando en el aire una sensación extraña. Es la silenciosa frustración de objetos que narran historias pero que no fueron escuchados, la impotencia de tradiciones que se pierden lentamente en el mar del comercio barato. Mientras, en bares cercanos, turistas celebran emocionados haber conquistado rebajas memorables, ajenos al precio real pagado por el país.
La gran paradoja es que, mientras México vende orgullosamente al mundo su herencia cultural, olvida protegerla en casa. Entre copias importadas, regateos desmedidos y burocracia inútil, nuestra identidad se diluye en la banalidad del souvenir. La artesanía mexicana merece algo más que aplausos vacíos o descuentos permanentes; merece respeto genuino, valoración consciente y un precio justo.
Porque, al final, la auténtica cultura de México nunca debería estar en oferta.

