¿Sustentabilidad?
¿Qué es esa mierda que llaman sustentabilidad?
(Edición: Para leer con un café orgánico en vaso biodegradable)
Durante años, el turismo creyó que “sustentabilidad” era una palabra mágica. Bastaba con decirla tres veces frente a una planta para que apareciera un certificado de la ONU, un hashtag verde y un influencer abrazando un cactus.
Pero… ¿qué demonios es esa mierda que llaman sustentabilidad?
Porque nadie —repito, nadie— parece saberlo. Lo dicen los políticos en los discursos, los hoteleros en los folletos y los influencers en los reels, incluso los taxistas cuando te llevan al “eco-resort” recién construido sobre lo que antes era un manglar.

🌱 El diccionario de lo políticamente correcto
En teoría, la “sustentabilidad turística” significa viajar sin joder el planeta. Pero como eso no vende paquetes de cinco noches con barra libre, el concepto se fue diluyendo hasta convertirse en una misa verde: un credo que todos repiten sin entender.
Según la OMT, el turismo sustentable se sostiene sobre tres pilares:
- Ecológico: no contaminar (tanto).
- Social: respetar a las comunidades (si no estorban).
- Económico: que el dinero se quede en el destino (aunque casi siempre se va a Miami).
Y si uno de esos pilares falla, todo el modelo se cae.
Spoiler: los tres están fracturados.

La gran farsa del turismo verde
Nos venden la idea de que somos “viajeros conscientes” porque reutilizamos la toalla o decimos que no queremos popote.
Mientras tanto, el hotel usa agua suficiente para llenar una piscina olímpica al día, el crucero emite más CO₂ que un país entero y la comunidad local sigue limpiando playas a cambio de selfies con extranjeros que dicen “amo México”.
Bienvenidos al greenwashing turístico: la religión de la hipocresía ambiental con aroma a bloqueador solar.
Lo que debería ser y no es
Sustentabilidad sería:
- Que el turista deje algo más que basura.
- Que los pueblos vivan del turismo sin perder su identidad.
- Que los destinos midan cuántos visitantes pueden soportar antes de colapsar.
- Que los gobiernos prefieran límites a likes.
Pero eso no pasa.
Porque el turismo mundial es como ese tío que promete dejar de beber cada año nuevo: lo dice con lágrimas en los ojos, pero ya tiene la chela en la mano.

El negocio de la conciencia
El problema no es la palabra, sino lo que esconde.
Bajo la etiqueta “sustentable” se esconden desde hoteles de lujo con techos verdes hasta agencias que plantan un árbol por cada avión que despega (aunque el árbol muere a los tres días porque nadie lo riega).
Es marketing con clorofila, culpa con wifi.
El viajero redentor
Y ahí vas tú, viajero posmoderno, creyendo que salvas al planeta porque te alojas en un glamping y subes una historia con el hashtag #ViajarConCausa.
Pero no se trata de ser mártir ecológico, sino de viajar sin dejar cicatrices.
Preguntar quién se beneficia, a quién se desplaza y qué queda cuando te vas.
Epílogo en el aeropuerto
Mientras esperas tu vuelo de regreso en un aeropuerto con tiendas “eco-friendly” y aire acondicionado a 17 grados, reflexiona:
la sustentabilidad no se mide por la cantidad de paneles solares, sino por la cantidad de conciencia.
Y esa, querido lector, no se certifica: se practica.
Así que la próxima vez que escuches eso que llaman sustentabilidad, pregúntate en voz alta: ¿la están aplicando… o solo la están vendiendo?
Porque al final de cuentas no es la palabra el problema, sino cómo la usan.
La palabra tiene dignidad, historia y propósito. Los que la manipulan, no.
Y ahí está el verdadero reto: volverle a dar sentido a una palabra que nació para salvar el planeta y terminó estampada en un vaso de cartón.

