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Contaminación acústica: un fenómeno de las grandes ciudades

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Uno de los grandes problemas que aqueja cada vez más a las ciudades hoy en día es el relativo a la contaminación sonora, sobre todo en países como el nuestro, en el que no existe ni siquiera una mínima cultura de prevención acústica. Si has caminado por el centro de la Ciudad de México o tal vez en el Times Square de New York, sabes de lo que hablamos. Esos son sólo unos ejemplos.

Es cierto que poco a poco se han ido elaborando distintos instrumentos jurídicos al respecto, sobre todo en las delegaciones de la capital de la República, pero el problema es cada vez más grave porque nadie los respeta ni menos los hace cumplir.

Y aunque la norma 05-2006 de la Secretaría de Medio Ambiente en el Distrito Federal establece como rango máximo diurno los 65 decibeles y nocturno en 62, con mucho el ruido al que estamos sometidos los sobrepasa, no sólo en los centros nocturnos y discotecas, fábricas, estaciones de metro y tráfico aéreo, tradicionalmente reconocidos por sus elevados y peligrosos índices sonoros, la calle misma es una de las principales fuentes de contaminación sonora a partir del tráfico y de los equipos de audio que utiliza el comercio ambulante, pero también lo es cualquier espacio o inmueble, público o privado, comprendidas escuelas y universidades, en donde sus moradores no respeten los niveles regulares de audio, como lo son las nuevas centrales de energía eólica, cuyo elevado rango de dispersión sonora afecta particularmente a las aves de la zona.

Lo grave es que este tipo de contaminación es imperceptible

Porque en realidad nos percatamos de su impacto demasiado tarde, sobre todo cuando procede simultáneamente de diversas fuentes sonoras. Pero también es uno de los principales signos de nuestros tiempos.

La gran pregunta es: ¿por qué en los países europeos no se da este tipo de fenómeno y en naciones como México el ruido es parte esencial de la vida diaria? ¿Por qué no nos hemos preocupado de controlar este problema que día a día se agudiza, provocando no sólo afectaciones en nuestra capacidad acústica sino también en nuestro estado anímico, así como en las propias construcciones? ¿Por qué los corredores industriales y turísticos no respetan la más mínima normatividad en esta materia? Porque no hay la más mínima conciencia al respecto.

Sí, queridos amigos, es mucho lo que hay por hacer sobre este tema, sobre todo en una ciudad capital como es el Distrito Federal, cuyo índice acústico promedio es de 80 decibeles.

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